lunes, 11 de agosto de 2008

Jose Tomas en Pontevedra 2008




Pontevedra rebosaba ambiente por todos sus poros de piedra vetusta. La perla taurina de Galicia esperaba a José Tomás con las calderas hirviendo. Y se encontró con JT y el viejo Castella, el joven Sebastián que se midió y batió el cobre con el dios de piedra de Galapagar. Reventaron la recoleta plaza cubierta en todos los aspectos, artísticamente sobre la base de una estupenda corrida de El Torreón, sobre todo para el torero, especialmente para el toreo.
El arco iris de peñas lo gozó como el público llano y pletórico de ilusiones.
José Tomás lo bordó de entrada con el capote. A la verónica hasta los medios. Suaves lances de rematado embroque a la cadera. El negro toro de César Rincón, un poco corto de cuello, fue cumbre. Compensaba su postura encajada de vértebras con la posición dócil del hocico hacia delante, como olfateando los muletazos inmensos que estaban por devenir. A los estatuarios en la misma boca de riego les siguieron series de seis o siete derechazos ligados sin solución de continuidad, encajados los riñones, asentada la figura, fluido el trazo: «Be water, my friend». Al natural la cosa tuvo su plástica pero no la misma ligazón. Abrochó José Tomás con unas manoletinas que provocaron la apoteosis última. La espada, sin embargo, se le fue relativamente a los bajos, y el presidente se la cogió en papel de fumar para no conceder la segunda oreja.
No importó, porque en el quinto habrían de caer las dos. El quinto que fue el sobrero, el de más anchas sienes y cuerna acapachada y torcida, el más feo. El toro titular se partió el pitón izquierdo, sin que se llegase a desprender, contra un burladero. Y, lo que son las cosas, corneó con el pitón firme al torilero, que se despistó de espaldas al abrir el portón. No fue grave de milagro. El suplente, el reserva como dicen en México, resultó reservón pero obediente. José Tomás estuvo sencillamente sensacional. De valor y sitio, de seguridad y aplomo. Siempre se lo dejó llegar mucho. Hubo una emoción extraordinaria, porque la embestida nunca estuvo, de principio, del todo definida. JT buscó siempre el toreo cruzado, los muslos generosos, atalonado. Ahora el espadazo fue por todo lo alto y el palco no tuvo más argumentos que rendirse a la evidencia.
Sebastián Castella rememoró y fue el gallo francés que espoleó el escalafón hace un par de años. Su mejor versión en esta temporada. Encontró toro por todos los lados con el sueltecito y noble tercero, que tenía un punto de querer irse. Pero halló siempre la muleta puesta y dispuesta de Castella para ligar. Ya era hora de que asegurase la muerte, aunque fuese con cierta, y válida, habilidad. Al igual que José Tomás, si bien estuvo en uno, todavía se superó en el segundo de su lote, un toro castaño que había enamorado a todo el mundo en los corrales. Y no falló. Tampoco «Le Coq», que construyó una faena compacta, estructurada con cabeza, con la muleta muy por abajo. Tan sólo la estocada corta atravesada de trayectoria contraria evitó que el premio fuese doble, porque doble fue el descabello. Oreja y oreja que pudieron, y debieron, ser más. Bienvenida resurrección.
Finito anduvo a la altura medida de telonero. Correcto y torero con un primero bondadoso, bastante atacado de kilos y de justo fuelle, que se dejó, y voluntarioso con un cuarto mugidor y asfixiado al que toreó en líneas rectas. En ambos se perdió con la espada.
La salida a hombros de José Tomás y Castella fue multitudinaria, jubilosa y feliz. Merecida por encima de todo.

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